El pasado mes de mayo, el CIS publicó su último estudio sobre la distribución del trabajo doméstico concluye de la siguiente manera: “ellas friegan, compran, hacen la comida y cuidan de los hijos”.

Por otro lado, a fecha de hoy, y desde el 1 de enero de 2017, 27 mujeres han sido asesinadas por sus parejas, 6 niños por sus padres y 6 familiares directos de mujeres.

Si estas cifras se debieran por otras causas, seguramente estaríamos ante un gran escándalo social, pero el crimen machista está en cierta medida integrado en nuestra cultura patriarcal, siempre lo ha estado, la diferencia es que ahora tiene más visibilidad y años atrás quedaba oculto en el entorno, nadie preguntaba y a nadie le interesaba mucho.

Escuchamos constantemente por parte de grupos políticos, colectivos, medios de comunicación, etc. que hay que tomar medidas. Estas medidas están casi siempre asociadas al castigo, a las consecuencias, medidas correctivas, penas judiciales… ¿Pero nos preguntamos qué evita esto? ¿Un hombre que es capaz de asesinar a sus hijos para hacerle daño a su expareja va a pensarlo mejor porque la condena va a ser más severa? ¿Realmente alguien puede creer esto? Por este motivo, apostamos enérgicamente por la educación como única vía de solución, pero educación desde un punto de vista muy amplio, no cuatro párrafos en un libro de texto, no una actividad de concienciación de una jornada en un instituto, no un anuncio en la televisión… ¿De qué sirve que unos profesionales hagan un taller con un grupo de adolescentes un día si llevan 15 años viendo en casa que las tareas y el cuidado de los hijos recae casi en exclusividad en sus madres? ¿De qué sirve lo que se comente en una clase de ética si la dirección del centro está en manos de profesores varones y  las tareas de limpieza en las de mujeres? Cualquiera que haya pasado por un centro escolar sabe que es el mejor lugar de perpetuación de roles machistas: en el recreo los niños juegan al fútbol, las niñas charlan en corrillos, los niños visten ropa de deporte y las niñas vestidos, los niños les levantan la falda, pero no pasa nada… es un juego de niños, pero nadie recordará a las niñas bajándoles los pantalones de niños, eso conllevaría un castigo muy probablemente, son las madres mayoritariamente las que acuden a las reuniones y tutorías y así un largo etcétera.

Desde ORIENS soñamos con un cambio estructural, apostamos por una sociedad feminista porque no puede ser de otra manera si creemos en los derechos humanos y en la justicia social y estamos convencidos de que estos cambios sólo vendrán con intervenciones muy profundas y para las que la educación no formal tiene herramientas potentes. Esto no significa que sean las únicas, estamos de acuerdo que tienen que venir acompañadas de medidas legislativas y ejecutivas (custodias compartidas, cuotas de mujeres y penalización de su incumplimiento, permisos de paternidad y maternidad paritarios, etc.)

Soñamos con no volver a tener que leer titulares del tipo “aparece una mujer muerta por ahogamiento”, cuando se refiere a que su  novio la asesinó y luego la tiró al río, soñamos con no sentirnos intimidadas cuando caminamos solas por la calle de noche o a plena luz del  día delante de mucha gente y un hombre te mira, se cree con el derecho a comentar algo sobre tu físico, tu ropa…, soñamos con que las niñas quieran ser médicas y los niños enfermeros, soñamos porque en los consejos de ministros o de administración de cualquier país o empresa no sea la excepción ver a una o dos mujeres, soñamos con que el camarero de un bar no sepa a quien entregar la cuenta si vamos acompañados por un amigo, soñamos con que den por hecho tenemos un jefe  (también somos jefas)… pero no sólo soñamos, sino que también actuamos.