Diálogo
Hace unos días se hizo viral un monólogo de Berto Romero https://www.youtube.com/watch?v=TzNcyg6VFj0. A través del humor, una de las mejores “armas” para poder hablar de todo, nos plantea una interesante reflexión sobre el “conflicto” catalán.
En ORIENS, acostumbrados a trabajar con niños y adolescentes, y promover el diálogo, la resolución de conflictos y apostar por la educación como mejor herramienta para fomentar los Derechos Humanos, hemos querido hacer nuestra propia reflexión y compartirla con nuestros seguidores. Hemos imaginado cualquier grupo de chicos y chicas con los que trabajamos habitualmente en un taller de resolución de conflictos e imaginarnos cómo afrontaríamos con ellos este tema y cómo lo explicaríamos para promover una actitud crítica y razonada.
En primer lugar, buscaríamos algún símil desde el que situarnos y poder trabajar. Si trasladamos esto a otro terreno quizás sea más entendible, así que proponemos una situación imaginaria. Os animamos a poneros en la piel de nuestros chicos y participar en este taller imaginario.
Si en una comunidad de vecinos hay un grupo que desea marcharse y otro que quiere que éstos no se marchen, ¿qué estrategias utilizaríamos para convencerlos y se queden con nosotros?
A priori, insultarlos quizás no los anime mucho a quedarse. Si no me siento querido, lo mejor debería ser marcharme. Atacar sus costumbres, su forma de vestir, etc. no parece una buena estrategia. Este razonamiento nos parece bastante sencillo y fácil de comprender. ¿Se va a romper nuestra vida porque algunos vecinos quieran marcharse? Evidentemente no. ¿De qué manera afecta a tu vida que tus vecinos se vayan? Pero no cualquier vecino, sino un vecino al que insultas. Un vecino al que insultas porque se quiere ir. No parece que nada de esto tenga mucho sentido. Si aprecio tanto a mi vecino, al punto de que me molesta mucho que se marche, ¿por qué no le hago ver lo importante que es para mí? ¿Voy a demostrar mi aprecio atacándolo? Parece un poco contradictorio.
Por otro lado (porque en cualquier conflicto siempre hay dos sensibilidades), no puedo pretender que mi argumento para irme sea que mi vecino me roba el felpudo de la puerta (cuando no es cierto y lo sé, o quizás no lo sé, pero alguien me lo ha dicho y lo doy como verdad absoluta), ¿por qué acuso a todo el vecindario de que me han robado todos cuando sé que sólo ha sido uno o probablemente ninguno? Obviamente aquí también estamos usando argumentos inválidos.
¿Es lícito querer marcharme? Entendemos que es totalmente lícito y por ello, que así es, porque la voluntad de los vecinos que quieren abandonar el edificio está por encima de todo, ¿por qué me invento argumentos que no existen para ofender a los que se quedan? ¿No sería más fácil decir que nos queremos marchar porque queremos emprender nuestro propio viaje, vivir en nuestro propio edificio sin tener que utilizar excusas y argumentos que no son válidos ni ciertos? Quizás “los otros” van a entender mejor mi marcha si no lo hago a modo de acusación (“nos vamos porque nos habéis robado el felpudo”). De esta manera, con honestidad y sinceridad, sin querer imponer a nadie mi voluntad, siendo fieles a la verdad no heriríamos ninguna sensibilidad.
¿Y si a esta situación añadimos que un tercero, que podría ser un árbitro o un mediador, por ejemplo el administrador de fincas, decide tomar parte en el conflicto? Pues estamos ante un escenario aún más complicado. ¿Qué sentido tiene que esta figura, que tiene la clave para intermediar, decida apoyar al grupo de vecinos que no quiere que los otros se marchen y emplee la violencia para convencerlos?
Seguramente ninguno de nuestros alumnos apostaría por esta posición, puesto que a todas luces acentúa más el problema. ¿No es un poco absurdo decirte que te quiero y que quiero que te quedes y por eso empleo la violencia? Seguramente nuestros jóvenes dirían que esto es una contradicción en sí misma, especialmente cuando llevamos todo el curso intentando explicar y aplicar que el fin NUNCA justifica los medios y que la violencia nunca está justificada, bajo ningún concepto. Usar la violencia es sinónimo de falta de argumentos y una actitud de superioridad que provoca odio y rencor, sentimientos desde los que no podemos construir nada positivo.
Y no olvidemos que el edificio ni ha estado siempre ahí, ni va estar siempre. Si investigamos un poco en la historia del barrio veremos que antes había otras casas, con otros inquilinos y que de la misma manera llegarán otros que establecerán sus propias normas y sus propias construcciones. De nuevo estamos ante la posibilidad de emplear argumentos erróneos que pueden desarticular nuestro planteamiento.
Debemos pensar también en aquellos vecinos que se vean obligados a marcharse y no quieran, que prefieran permanecer. Como ya hemos dicho, en este supuesto tenemos que analizar todas las posiciones para ser respetuosos y que nuestra propuesta de solución sea válida. Buscar dentro de todas las opciones la que sea más justa. En otros talleres hemos explicado que la democracia es uno de los sistemas más justos como marco de convivencia. Este concepto ya lo hemos trabajado y lo tenemos claro, así que probablemente nuestros alumnos nos dirán que podemos proponer que voten, para que podamos saber quiénes y cuántos son los que realmente quieren mudarse a otro edificio. ¿Cómo podemos decirles a estos chicos que votar y expresar la opinión de cada grupo no es una medida válida? Resultaría una contradicción por nuestra parte.
Por último, tenemos las consecuencias. Porque siempre hay consecuencias. Es probable que algunos vecinos, que en principio eran neutrales y no querían marcharse, ante este escenario, decidan posicionarse. Pueden posicionarse ante cualquier de los dos grupos. Como hemos ido viendo, la falta de argumentos sólidos y válidos ha estado presente desde el minuto uno de nuestro caso. Por lo tanto, ante esta falta de razonamiento puede suceder que algunos vecinos que estaban contentos con la situación también planteen marcharse, ya que no aprueban los medios y sobre todo, no aprueban la imposición y podemos tener otros vecinos que decidan unirse al grupo que emplea la violencia. En ambos casos podrán argumentar: si no me quieren me marcho (por ejemplo) o en este edificio hemos vivido siempre y eso no puede cambiar (otro ejemplo).
A veces cuando simplificamos, cuando eliminamos el ruido podemos ver con más claridad, podemos analizar. En cualquier caso, en esta comunidad de vecinos, como en cualquier otro grupo humano, el único modo de solucionar un conflicto es mediante el diálogo y utilizando siempre argumentos válidos y razonados.