La semana pasada abordábamos el tema de los castigos en la educación de nuestras hijas e hijos.  Explicábamos qué son y su utilidad o más bien su inutilidad. Pero somos conscientes de que es la herramienta educativa más extendida y usada por padres, tutores, profesores, educadores… es lo que nos han enseñado a hacer y es el paradigma que conocemos. Romper estos esquemas no siempre es fácil. Por un lado, porque desconocemos otras herramientas y, por otro, porque chocamos con la sociedad. ¿Qué opinará tu familia si tu hija o tu hijo “se porta mal” y tú no actúas? Te van a tildar de despreocupado, de que no estás educando, incluso de que a lo mejores eres demasiado permisivo. Muchas madres y padres, antes de sentirse juzgados, prefieren actuar rápido y para ello siempre tenemos a mano el recurrente castigo y la amenaza: “o dejas de hacer eso ahora mismo o te vas a quedar sin videoconsola todo el fin de semana”. ¡Así tal cuál! Nos puede llegar a salir automático. No nos paramos a pensar si así estamos educando o corrigiendo, ni siquiera si esa medida puede tener consecuencias secundarias, como los medicamentos.

La semana pasada, os animábamos a acercaros a la disciplina positiva. Seguro que muchos pensaréis: “eso está muy bien, pero no es práctico”. Nada más lejos de la realidad, además de ser respetuosa es más efectiva a medio y largo plazo.  No existen recetas mágicas en la educación, pero si que podemos compartir con vosotros una serie de recursos y herramientas que os pueden ayudar en la tarea. En las próximas semanas iremos compartiendo con vosotros instrumentos respetuosos

  1. Conexión antes que corrección. Todos, pero especialmente los más pequeños, necesitan sentir conexión y pertenencia a un grupo, a una familia. Esto les ayuda a sentirse seguros y acompañados. Si no tenemos conexión con ellos, no podemos influir de manera positiva y ya con el simple hecho de conectar, tenemos como resultado la corrección. ¿Cómo conectamos? Conectar significa validar sentimientos, mirar al otro desde otra perspectiva y desde la aceptación (“te quiero por quien eres tú, no por lo que haces o por cómo te comportas”). Algunos tips para ayudarte en la conexión pueden ser: hablarles desde su altura, es decir, agáchate cunado hables con ellos y míralos a los ojos, busca el modo de compartir tiempos especiales juntos, presta atención y práctica la escucha cien por cien activa; valida sus sentimientos y emociones.
  2. Reuniones familiares o de aula. Las reuniones familiares son un espacio de tiempo en familia que proporciona pertenencia a todos los miembros de la familia. En las reuniones practicamos “ser familia”, todos somos miembros de un mismo equipo y las aportaciones de todos los miembros son igualmente importantes. Son horizontales. Evidentemente, tendremos que adaptarnos a las edades de nuestras hijas e hijos. En estas reuniones tendremos que practicar el respeto, la habilidad de llegar a acuerdos, la empatía, el respeto a los turnos de palabras… a muchas competencias que desearemos para los futuros adultos que serán nuestras hijas e hijos.
  3. Amabilidad y firmeza. Es educar desde el respeto mutuo (por el niño, el adulto y la situación) y requiere tener en cuenta el equilibrio evitando los extremos. Generalmente los padres pasan de un extremo a otro. Nos levantamos con la intención de ser amables, siendo cariñosos y condescendientes con nuestros hijos, sin embargo, al no obtener la respuesta que esperamos (necesitamos) nos pasamos a la firmeza. Son opuestos y sin embargo complementarios, en muchas familias se observa que los opuestos se atraen siendo uno de los padres firmes y el otro amable. Todos tenemos en nuestra mente ejemplos de padres que “pierden los papeles” y oscilan entre el castigo, después la negociación, luego la amenaza… y esto ocurre cuando están desbordados y se quedan sin recursos y la situación les puede. La clave está en el equilibrio: amabilidad y firmeza al mismo tiempo. ¿Cómo podemos ser amables y firmes al mismo tiempo? ¿Cómo podemos ser eficaces y respetuosos y no caer ni en el autoritarismo ni en la permisividad? Partiendo de la conexión, validando los sentimientos y mostrando comprensión. Imaginemos que es la hora de recoger los juguetes y obviamente no quieren. ¿Queremos nosotros irnos de una fiesta o un lugar en el que lo estamos pasando bien? Pues se lo hacemos saber: “entiendo que lo estás pasando bien, pero es hora de recoger para ir a dormir”. Después de validar, hay que dejar espacio para las consecuencias, es posible que se enfaden, frustren… hay que comprenderlos lo que no puede servir de excusa para que cambiemos nuestra opinión. No tenemos que seguir argumentando, sino mantenernos firmes en nuestra decisión.
  4. Muchos padres se quejan de que sus hijos no los escuchan. ¿Escuchamos nosotros? ¿Qué hacemos para que nos escuchen? Soltar retahílas del tipo: “cuando mi padre hablaba yo escuchaba” o “a mi no se me hubiera ocurrido en la vida contestar así a mis padres” y cosas por el estilo que todos hemos oído alguna vez. ¿Qué ocurre? Que en el momento en que comenzamos con estos discursos las niñas y los niños desconectan. Cambia el modo en que te comunicas con ellos para asegurarte que te escuchan. Valida sus sentimientos (por ejemplo, entiendo que estés muy enfadado y comprendo por qué actúas así”), has preguntas de curiosidad, no uses la expresión porqué, sino del tipo qué ha pasado, cómo te sientes…; escucha tú primero sin hablar y sin hacer gestos.

Seguiremos compartiendo con vosotros herramientas educativas respetuosas, mientras os recomendamos bibliografía con la que podéis ampliar información: El cerebro del niño” de Daniel Siegel o “¿Padres jardineros o padres carpinteros?” de Alison Gopnik.