La entrada en la adolescencia es un cambio que afecta a toda la familia y que a veces nos coge “desprevenidos”. La mayoría de los padres son conscientes de que se trata de una nueva fase y de que sus hijos comienzan a cambiar, lo que ocurre es que solemos limitar los cambios a los físicos (desarrollo de caracteres sexuales, cambios en la voz, acné juvenil…) pero no tenemos tanta información en lo que se refiere a los cambios neuropsicológicos.

¿Por qué es tan importante que sepamos en qué consisten estos cambios? Porque nos va a ayudar a afrontar la situación desde otro plano, además debemos tener en cuenta que los padres del siglo XX se enfrentan a una realidad muy diferente con respecto a la que fue su adolescencia, especialmente por todos los cambios relacionados con los modelos y herramientas de comunicación (uso de móvil, redes sociales…).

Muchos padres lo viven de la siguiente manera: conozco muy bien a mi hijo, sé lo que le gusta y lo que no, cuando está de buen humor, sus intereses… y de repente estoy frente a una persona nueva, completamente desconocida, una persona que ya no quiere pasar tiempo conmigo y que no me reclama tanto, que ya no les gustan las mismas cosas o que incluso le gustan las opuestas… Esto lleva a que muchas familias se sientan desorientadas, ¿qué está pasando? Desde un punto de vista neurológico lo que ocurre es que los adolescentes se enfrentan a un podado neuronal, que es necesario para que se produzcan nuevas conexiones neuronales, por lo que tienen que crear una “nueva identidad”. Podíamos decir que hasta ahora los niños han sido el reflejo de sus padres, pero ahora necesitan construir su propio identidad. Y para ello, el primer paso es rechazar todo lo que vosotros les propongáis, ellos no quieren ser sus padres. Si entendemos esta negación no como un acto de rebeldía sino como parte de un proceso necesario y útil en su desarrollo, nos podemos ahorrar enfados, frustraciones… Nos puede ayudar este otro enfoque: mi hijo es un bueno hijo que está haciendo “su tarea de adolescente” y se está desarrollando de forma natural.

 

Puede que esta situación os recuerde a los temidos dos años de vida y las rabietas en las que los niños dicen constantemente no. Pero ahora es algo diferente porque además se separan de nosotros y buscan su independencia.

No podemos obviar que todo esto puede provocar un auténtico terremoto en muchos hogares. No estamos perdidos. Hay vías para ayudarnos a regular esta situación. En primer lugar, tenemos que “hablar el mismo idioma”. ¿Qué ocurre en este punto? Que ellos no hablan el nuestro porque están en un momento de su desarrollo cerebral diferente y aún no han alcanzado nuestro nivel de desarrollo, por mucho que nos pueda parecer que como ya no son niños, son adultos jóvenes. Es fundamental entender esto para evitar frustraciones, debemos ser nosotros los que utilicemos “su idioma”.

¿A qué nos referimos cuando hablamos del desarrollo del cerebro? Estamos hablando del sistema límbico o parte emocional. En esta etapa vital sufrimos un auténtico bombardeo hormonal, por lo que vivimos las emociones de manera muy intensa. Todos podemos imaginar a algún adolescente que vive el drama de su vida porque ha roto con su pareja, o porque ha suspendido una asignatura o ha discutido con un amigo o porque va a ir al concierto de su grupo favorito o ha conocido a su ídolo. ¿Significa que quieren llamar la atención y “montar el numerito”? No, significa que actúan según les manda su cerebro. No olvidéis que hasta los veinticinco años aproximadamente no se termina de desarrollar esta zona de nuestro cerebro. Además, debemos tener en cuenta otro elemento, lo que llamamos sistema de recompensa. ¿Qué significa este término? Que nuestro cerebro, cuando entiende que ha hecho algo bien, nos recompensa con la dopamina, la hormona que produce placer. Cuando nuestro cerebro entiende que ha hecho algo bien, me recompensa con la producción de esta hormona que a su vez me hace sentir  bien. Puede ser adictiva y de ahí la facilidad de caer en adicciones en esta edad, porque buscan lo que les hace sentir placer y aún no tienen desarrollado el autocontrol.

Hay otra parte del cerebro que también juega un papel importante, se trata de la corteza prefrontal, la encargada de las funciones superiores o ejecutivas y que nos permite tomar decisiones racionales, controlarnos, hacer planes a largo plazo, motivarnos y establece nuestro sistema de valores y creencias. ¿Qué ocurre con esta parte? Pues que también está aún en desarrollo, no os confundáis porque como ya no los vemos como niños, pensamos que son adultos. Estamos ante un acelerado desarrollo de la conciencia en esta etapa, que unido a la intensidad con la que se viven las emociones, tienen como resultado la toma de decisiones propias, diferentes a las de nuestros padres y esto, en muchas ocasiones, es interpretado como un reto a la autoridad y no como parte de su desarrollo. Realmente quieren hacer las cosas bien, pero quieren hacerlas a su manera y según lo que creen que es correcto, que por supuesto va a diferir de la interpretación paterna.

Hemos mencionado el desarrollo de la conciencia, es decir, esa parte de nuestras creencias que nos guía para actuar de una manera u otra, para actuar “bien” o “mal”. Cuando somos muy pequeños, no la tenemos desarrollada y normalmente los padres utilizan castigos y premios para “guiar” a sus hijos. ¿Qué ocurre con este sistema de castigos y premios? Pues como ya hemos visto en otras ocasiones, puede servir en un primer momento porque los niños no se enfrentan a nosotros y es posible que paren una conducta por miedo a las consecuencias. Pero, como hemos dicho en numerosas ocasiones, los castigos no sirven, puede parecerlo a corto plazo, pero no a largo plazo. Y en este largo plazo, llegamos a la adolescencia. En esta etapa los castigos y los premios nunca funcionan.

Desarrollo de la conciencia: si utilizo premios y castigos (en la infancia puede que sirva) en la adolescencia si acaso al principio, pero no sirve porque es un modo de buscar una motivación extrínseca y les da igual. Los castigos y los premios no funcionan nunca en la adolescencia. No esperéis que modifiquen su conducta utilizando castigos. Seguro que os suena esta frase: “es que ya no sé con qué castigarlo porque todo le da igual”.

Hagamos un repaso para ver qué no funciona y qué sí nos puede funcionar y ayudar a gestionar las relaciones con nuestros hijos preadolescentes y adolescentes.

NO FUNCIONA

  • Los sermones: “ves, te lo dije, es que no me escuchas”, “mira tu prima, ella es responsable”; “esto ya lo sabía yo, es que sabía que iba a pasar”, “cuando yo tenía tu edad ni se me pasaba por la cabeza”
  • Anticiparnos a las necesidades: “¿has hecho ya los deberes?”, “tienes un examen la semana que viene, ¿has empezado a estudiar?”, “¿aún no has hecho la cama? Cuando te acuestes no las vas a tener preparada”, “¿has echado a lavar la camisa? El día que la vayas a necesitar no va a estar limpia”
  • Los enfados

SÍ FUNCIONA

  • Aprender por experiencia: le damos ideas, los apoyamos, pero no lo hacemos por ellos, que vivan la experiencia, no pasa nada incluso si supone suspender un examen.
  • Reflexión: hablar sobre lo que ha pasado, pero no sermonear y haciéndolo en un momento de calma, no en caliente.
  • Organizar la información de la experiencia y crear conciencia. En el sermón se juzga, se compara y solo habla el adulto. En la reflexión no se juzga (preguntas de curiosidad), hay empatía y tenemos un rol de mediador.
  • Llegar a acuerdos, por ejemplo, para el uso del móvil. En este enlace podéis ver un modelo, que podéis descargar y usar en casa

Sobre todo, funciona tener paciencia, empatía, sentido del humor (en grandes cantidades) y disfrutar de esta etapa, que si bien puede ser complicada, también es un tiempo muy especial, rico de experiencias y que podéis aprovechar para ser los guías de vuestros hijos, desde la distancia, pero siempre presentes para darles apoyo y que se sientan siempre acompañados y seguros, que “si la lían”, vosotros estaréis ahí para ayudar y dar apoyo.