Cuando hablábamos de la adolescencia, hacíamos un paralelismo con la fase que atraviesan los niños en torno a los dos años. Todos tenemos en mente alguna escena de un niño pequeño gritando, pataleando en el suelo, dando puñetazos… y seguro que un catálogo mucho más extenso. Evidentemente hay diferencias, pero también hay similitudes en lo que se refiere a un cambio importante en el desarrollo de los niños.

¿Qué entendemos por rabieta? Expresión con distintas intensidades de enfado o de frustración que manifiestan los niños ante una situación que les resulta adversa o cuando experimentan alguna emoción negativa y no saben gestionarla. Las rabietas son normales, forma parte del desarrollo madurativo. Por ello, os animamos a “cambiar el chip”, en lugar de frustrarnos cuando veáis a vuestros hijos “explotar”, planteároslo de otra manera: ¡qué bien! Mi hijo se está desarrollando con normalidad y está cumpliendo los hitos de su desarrollo. ¿Cuándo debemos esperar estas “explosiones de energía”? Pueden aparecer incluso desde el primer año de vida, pero lo normal es que se den entre los dos y los cuatro años.

Entender por qué sucede algo nos ayuda a gestionarlo con más solvencia y nos evita frustraciones. ¿Por qué se producen las rabietas? Porque la parte del cerebro que filtra nuestras emociones y nos permite adaptarnos para comportarnos según las normas sociales aún no se ha formado a esa edad, por lo que no podemos exigirles algo para lo que su cerebro no está preparado. Estamos hablando de la corteza prefrontal, que es la encargada de la gestión de nuestras emociones y de las habilidades complejas como el pensamiento abstracto.

De la misma manera que no esperamos que un niño de seis meses pueda caminar, no deberíamos esperar que un niño de dos años controle sus emociones, sencillamente porque la parte de su cerebro responsable del autocontrol aún no se ha formado. Saber cómo funciona el cerebro humano nos ayuda a no crear falsas expectativas. Por otro lado, es muy importante saber también qué no es una rabieta, ya que existen muchos mitos urbanos que pueden confundirnos.

Qué no son las rabietas:

  • Una manipulación del niño
  • Querer “salirse con la suya”
  • Un modo de ponerte a prueba

Por lo tanto, veamos en primer lugar qué es lo que no debemos hacer ante una rabieta:

  • Tomárnoslo como algo personal. No olvidéis que nosotros somos los adultos y somos los que aportamos la parte racional, nosotros tenemos un objetivo que es educar a nuestros hijos, guiarlos y mostrarles un ejemplo. Si nos creemos que ellos tienen una batalla contra nosotros y que no podemos permitir que nos ganen, es que no hemos entendido nada del desarrollo humano.
  • No nos cansaremos de insistir: los castigos son herramientas educativas que no funcionan, puede que en un corto plazo parezca que son útiles porque pueden modificar alguna conducta determinada, pero no educan, no dan ejemplo y a medio y largo plazo se vuelven en nuestra contra.
  • Perder el control. Sabemos que es muy difícil, sabemos que mantener la calma en algunas ocasiones puede resultar todo un reto, por eso, si no somos capaces en un determinado momento a lo mejor es buena idea que otro educador se haga cargo y nos tomemos un tiempo para respirar.

Muchos os preguntaréis, ¿qué se puede hacer entonces? Vamos a daros algunas propuestas:

  • Esa sería la mejor de las opciones, lo que viene siendo “más vale prevenir que curar”. Si sabemos qué ciertas situaciones desbordan a nuestros hijos, vamos a evitarlas. Intentemos adelantarnos, no llegar a ponerlos al límite, porque sabemos que ahí pierden el control. Por ejemplo, ya sabemos por experiencia que, si nos acompaña al supermercado, se pone muy nervioso con tantos productos y distracciones, pues entonces podemos descartar la opción de que nos acompañe.
  • Si es imposible eliminar o controlar todos los estímulos que pueden desencadenar la rabieta, buscar la opción de distraerlos con otras cosas.
  • Ponernos en su lugar y entender por lo qué está pasando. Conectar con ellos nos va a ayudar siempre, no solo en la etapa de las rabietas, es la base de la educación emocional.
  • Esto significa poner nombre a las emociones y validarlas, porque no es malo estar enfadado, frustrado, angustiado… se trata de aprender a gestionar estas emociones. Podemos explicarles qué entendemos perfectamente lo que les pasa, que se llama enfado y que a nosotros también nos pasa.
  • Dar opciones. Ofrecer varias opciones les ayuda a sentirse importantes y autónomos porque no se lo estamos imponiendo, sino que pueden elegir. Por ejemplo, queremos preguntarles qué van a tomar para merendar, pero no queremos que tomen cosas no saludables, entonces podemos preguntar: ¿quieres tomar una naranja o un plátano? Porque lo que no vale, es preguntar qué quieren, que nos digan que galletas y luego les digamos que eso no se lo vamos a dar. Otro ejemplo lo podemos tener en la temida hora de abandonar el parque. No les impongas marcharnos, podemos dar opciones, por ejemplo: Es la hora de marcharnos a casa, ¿quieres que volvamos cantando una canción o quieres que juguemos al veo-veo? En este caso, además de dar opciones estamos previniendo y dando opciones porque es más que probable que la vuelta a casa sea motivo de una rabieta. Aquí también necesitamos conectar y entenderlos. ¿Acaso a nosotros no nos fastidia tener que irnos de un lugar en el que nos lo estamos pasando muy bien porque mañana hay que trabajar o por alguna otra cuestión?

Y en caso de que la rabieta llegue y no hayamos podido evitarla, que llegará… ¿qué podemos hacer para actuar de forma respetuosa?

  • Mantener la calma. No contagiarnos (dichosas neuronas espejo), hay que recordar que nosotros somos los adultos e ignorar las miradas censurantes que nos acechan.
  • Acompañar a nuestro hijo y pensar que está pasando un mal rato y que si viéramos a un adulto llorando y sufriendo también intentaríamos acompañar. Es habitual escuchar eso de: “está llamando tu atención, ignóralo que no le pasa nada”. ¿Cómo vamos a ignorar a alguien que llama nuestra atención porque lo está pasando mal emocionalmente? Si no lo hacemos con los adultos, ¿en qué cabeza cabe que lo hagamos con un niño y mucho menos de nuestro hijo?
  • Contacto físico: en este caso hay niños que pueden rechazarlo, pero si no permiten que los abracemos para acompañarlos, al menos mantenernos cerca para evitar que se puedan hacer daño a ellos mismos o a terceras personas.
  • Evitar reproches y sustituirlo por mensajes positivos. Te quiero y entiendo lo que está pasando.

Por último, veamos qué podemos hacer después de la tormenta, cuando llega la calma. Siempre teniendo en cuenta la edad de los niños y que el mensaje aún no lo entienden bien, que se trata de ir sembrando poco a poco. Podemos hablar con ellos, que no echar sermones ni reproches. Podemos enseñarles opciones para canalizar esa ira, que es normal, lo que hay que aprender es a gestionarla. Todos conocemos a muchísimos adultos que no saben canalizar la frustración y la ira, porque de pequeños nos decían a todo “no pasa nada”, “no te enfades que te ponemos muy feo” en lugar de “eso que te pasa se llama enfado y  vamos a aprender a canalizarlo, te entiendo porque a mí también me pasa”. Para canalizar el enfado tenemos muchas herramientas: cojines para golpear, gritar o el rincón de la calma que podéis crear en cualquier punto de la casa.

En cualquier caso, la mejor receta es  mucha paciencia y disfrutar de esta etapa, a pesar de las tormentas, porque es muy rica y es fundamental para sentar las bases de una educación emocional sana para futuros adultos estables y empáticos.