Casi todos tenemos en mente expresiones del tipo “esto se hace así porque soy la madre”, “yo soy el profesor y se hace lo que yo diga”, “lo digo yo y punto”, “este niño es tonto, no sé cuántas veces se lo tengo que decir”,  ¿verdad que os suenan? Y las hemos escuchado y, por desgracia, las seguiremos escuchando, es posible que incluso las utilicemos con nuestros hijos o nuestros alumnos, pero seguramente no nos hemos parado a analizarlas. Con este tipo de sentencias estamos estableciendo relaciones verticales, en las que los adultos estamos a una altura y los niños a otra. ¿Y nos hemos parado a pensar que es lo que realmente estamos enseñando? Porque en educación una cosa es lo que queremos y otra lo que hacemos. Por ejemplo, cuando castigamos, amenazamos, premiamos…lo que realmente estamos haciendo es enseñar autoridad y a que repitan estos patrones con sus iguales, no estamos enseñando respeto ni compromiso. ¿Y nos hemos parado a pensar cómo queremos que nuestros hijos o alumnos se comporten con sus iguales ahora o en el futuro?  

No podemos negar que hay ciertas prejuicios sociales, y si dices que tratas a tus hijos o alumnos a la misma altura y que no estás por encima, te miran como si… te estás dejando comer el terreno, dentro de poco te va a controlar (quizás sea porque confundimos permisividad con respeto). No quiere decir que todos tengamos las mismas responsabilidades, si no que todos merecemos el mismo respeto y buen trato. 

¿Qué es una relación horizontal? Aquella en la que todas las partes se tratan de igual a igual y no hay jerarquías, sino respeto. Los padres o maestro, por naturaleza tenemos autoridad, pero no debemos abusar de esa autoridad dando órdenes mal dadas. Como ya hemos dicho, esta horizontalidad no se debe confundir con una crianza permisiva en la que no hay límites.  

Uno de los pilares de la Disciplina Positiva es el sentido de permanencia y para sentirse parte de un sitio, nada mejor que una relación de igualdad en la que se te respeta y se te trata como a un igual.  

Cuando somos capaces de bajarnos del pedestal de padre, madre, profesor o educador y poner los pies en la tierra, poniendo el foco en nosotros y no en los niños, podremos comprender que no se trata de una batalla y que no podemos permitir que nos ganen porque para algo somo mayores, sino que ellos son simplemente niños y nosotros a los que se les presupone la capacidad de educar. Que no nos están ganando ninguna batalla si no imponemos nuestra voluntad y que ntenemos que demostrar nada. Todo lo contrario. Respetar a los niños les enseña que incluso la persona más pequeña, más impotente y vulnerable es diga de respeto. Que los Derechos Humanos son para todos y que además, los niños también cuentan con su propia Convención de Derechos de los niños.  

Vamos a utilizar un ejemplo para ilustrar mejor este concepto. Pensamos en un niño pequeño, de unos cinco años, que está enfadado porque quiere que le compremos algo que no tenemos previsto y que nos parece bien. Para contextualizar mejor, imaginemos que estamos en un espacio público, una cafetería con más amigos y que está muy insistente. Le hemos dicho que no, pero no lo entiende y sigue insistiendo. Como nos mantenemos firmes, su nivel de frustración disminuye y comienza a dar patadas a la mesa, a tirar cosas y todo lo que podamos imaginar, incluso puede que nos insulte. Claro, tenemos a otros padres mirándonos y juzgándonos para ver cómo manejamos la situación. “Lo de toda la vida” sería amenazarle con castigarlo, mandarlo a sentarse y no moverse, decirle que no va a volver a jugar a la consola en diez vidas y cosas por el estilo. No olvidemos que la presión social nos manda este mensaje: “un mocoso de cinco años no te puede ganar”, “tienes que demostrar que eres el padre” y desde esta perspectiva actuamos, porque es lo que sabemos y lo que “se debe hacer”.  

¿Cómo sería la misma situación desde la horizontalidad? Respiramos hondo porque igualmente nos va a estresar la situación, pero no amenazamos, damos una única explicación: esto no lo podemos comprar. Y ahí dejamos las explicaciones, no tenemos que entrar en discursos interminables para justificarnos. No tenemos que demostrarles a nadie que “somos los que mandamos”, sino que mantenemos la calma (aunque alrededor nos claven la mirada) y le vamos a dar herramientas a nuestros hijos: en primer lugar, vamos a validar: entiendo que estés enfadado, yo también me enfado cuando no puedo tener lo que me gusta; a continuación, acompañamos: ¿quieres que te abrace  a ver si te sientes mejor?, es probable, sobre todo a más edad, que nos diga que no, pero no pasa nada, lo que estamos  haciendo es enseñar que como padres vamos a estar ahí en cualquier circunstancia y, finalmente, vamos a dar opciones, si quieres podemos jugar a otra cosa, puedo jugar contigo, con el resto de amigos, puedes quedarte un rato solo si prefieres hasta que no estés enfado, puedes dar varias carreras (así estamos enseñando a gestionar la frustración y el enfado)Aprender todas estas habilidades van a serles más útiles en su vida futura que haber demostrado que tú mandas.  

Los niños merecen ser tratados con la misma dignidad y respeto que un adulto (no concebiríamos que un jefe en el trabajo para mostrarnos que estamos equivocados nos amenazara, castigara o tratara sin respeto). Los niños también merecen desarrollarse en un ambiente de cariño y firmeza, y no en un ambiente de culpa, vergüenza o humillación.