Frecuentemente realizamos sesiones con las familias en las que trabajamos distintos temas relacionados con la adolescencia y que fortalecen programas y acciones que hacemos con los jóvenes. El hecho de que las familias se interesen y participen es ya un hecho positivo, porquesi somos sinceros, las familias no suelen vincularse, no tienen tiempo, no les interesa… no sabemos el motivo exacto pero la realidad es que no “aparecen”. Se convocan sesiones, se les informa con suficiente antelación, pero no vienen… Las familias con hijos pequeños si parece que tienen algo más de interés, pero cuando hablamos de preadolescentes y adolescentes… solo un 10% suele participar. 

Como sociedad deberíamos plantearnos qué ocurre para que las familias se desvinculen de la vida de sus hijos justo en una etapa en la que debería haber una fuerte conexión para ofrecer una red de apoyo a los jóvenes en una fase vital determinante. 

En esta sesiones se repite un patrón muy habitual (no importa la clase social, económica, el entorno…) los padres siempre nos plantean esta situación: “es que les castigamos y les da igual”; “ya no sabemos con qué castigarlos, ellos pasan”; “les da igual hasta que le quitemos el móvil, ¿qué podemos hacer?”. Muy sencillo: dejar de castigar. Claro, ante esta respuesta nos miran sorprendidos, ¿dejar de castigar?  

Vayamos por partes: 

  1. ¿Qué es un castigo? Una herramienta educativa conductista. Y a todas luces ineficaz. Tan ineficaz como nos manifiestan las familias. Estamos seguros de que muchas se sienten identificadas con esto que os hemos contado.  
  1. ¿Para que sirve un castigo? En principio es una herramienta que nos ayuda a modificar una conducta. Pongamos un ejemplo: un niño de 5 años que salta siempre en el sofá y cuando vamos de visita a ver a los abuelos no para saltando de sofá en sofá. ¿Qué queremos modificar? Que no salte en el sofá. Para conseguir esto lo castigamos con cualquier cosa (ahí encontramos un universo de propuestas: no cenar, no jugar a la play, no ir al cine el próximo fin de semana…) Pero ¿qué ocurre? Que, si el niño llega a dejar de saltar, porque no siempre funciona, lo hace por miedo a la consecuencia del castigo, pero no porque haya entendido que no se debe saltar en el sofá. Sin embargo, ahí se incluye otro aprendizaje: el que está “por encima o cree tener la razón” decide qué se hace y la amenaza es una herramienta válida. Esto puede ponerlo en práctica con sus iguales y probablemente ya no nos va a parecer una herramienta tan buena. 
  1. Como hemos dicho, puede que nos funcionara cuando eran más pequeños, pero ¿qué ocurre en la adolescencia? Que, por las características propias de su edad, ya no van a tener miedo a las represalias, ya no les importa quedarse sin algo como consecuencia, de manera que los padres se sienten perdidos y sin herramientas, porque las que conocían que hasta ahora les han podido más o menos funcionar, ya no son eficaces. 
  1. Cuando los hijos son más pequeños podemos manejar mejor la situación, pero en la adolescencia, ya de por sí una etapa que puede ser un desafío para cualquier familia, no somos capaces y nos frustramos y entramos en un círculo vicioso. Si queremos “engancharnos” a nuestros hijos, quizás debamos plantearnos otras dinámicas educativas. 

 Cuando realizamos nuestras sesiones con los jóvenes, también entramos en las aulas y podemos comprobar de primera mano como los profesionales también tienen dificultad para gestionar los grupos y suelen acudir a la amenaza, el castigo y las etiquetas como herramientas educativas. No es nada extraño oír comentarios de este tipo: “si sigues así te pongo un parte”, “como te vuelvas a levantar vais a ir a dirección”, “¿quién ha sido? Seguro que el de siempre” … Y muchas otras sentencias de este tipo que al final nos demuestran que, si no es mediante la psicología del miedo, el castigo y la amenaza no son capaces de controlar al grupo y casi siempre ni siquiera con estas herramientas pueden controlar al grupo. 

La disciplina positiva nos propone otras herramientas y dinámicas para educar a nuestros hijospero también para trabajar en entornos educativos¿En qué se basa la disciplina positiva? 

  • Es amable y firme  por igual (respetuosa y motivadora). No se trata de no establecer ningún límite y que los niños “hagan lo que quieran”. Pensemos en un ejemplo: estamos en el parque con nuestro hijo de 5 años y es hora de marcharnos, seguramente no quiera irse porque se lo está pasando genial (¿queremos nosotros marcharnos de una fiesta en la que lo estamos pasando muy bien?). La disciplina positiva nos anima a que entendamos sus emociones, las validemos (por ejemplo, diciéndoles que es normal que no quiera irse y que lo entendemos pero que tenemos que marcharnos) y podemos proponer alternativas para que sea más fácil aceptar que nos vamos a ir porque ya está decidido (podemos jugar a algo por el camino o cantar una canción…). En modelos educativos menos respetuosos, probablemente tendríamos una discusión larguísima, amenazaríamos con mil cosas (mañana no venimos, hoy no ves la tele…) y que además probablemente no cumpliremos y al final volvemos todos a casa enfadados.  
  • Ayuda a los niños a sentirse importantes y establecer una conexión. Si siento que soy importante para el grupo o para la familia me voy a comprometer más, si se me tiene en cuenta y se me escucha, voy a sentir que formo parte. 
  • Es eficaz a largo plazo. Ya hemos puesto un ejemplo de qué ocurre con los castigos cuando llegan a la adolescencia. 
  • Enseña valiosas habilidades para la vida (respeto, habilidad para resolver problemas, participación, colaboración, responsabilidad…). ¿Os habéis para a pensar si en vuestra clase o con vuestros hijos en lugar de señalar a culpables les enseñáramos a resolver problemas? 
  • Ayuda a que los niños desarrollen sus capacidades y sean conscientes de ellas. Para ello, es fundamental que los acompañemos, que estemos a su lado no solo para resolver cuestiones prácticas, sino también emocionales. Seguro que a todos os suena u os habéis visto en una situación de este tipo: un niño pequeño que está impertinente, llamando la atención de su madre. Y siempre hay alguien que te aconseja: “no le eches cuenta que lo que está haciendo es para llamar tu atención, mejor ignóralo”. Paraos a pensar un momento, ¿ignóralo? Si está llamando tu atención es porque te necesita, como llora cuando está enfermo o le duele algo, para que lo sepas y acudas en su ayuda. ¿Por qué nos parece bien que podemos ayudar a un niño cuando tiene un problema físico y no un problema emocional? Si llama tu atención, ¿no será porque te  necesita para resolver algo que por su edad aún no sabe cómo hacerlo? Puede ser que esté celoso, que se sienta solo, frustrado… ¡acompáñalo!, valida sus emociones y enséñale a gestionarlas. Sobre todo, si queremos que en el futuro sea un adulto que entiende a sus amigos, a su pareja… y que si tiene un problema sabe expresarlo y comunicarlo.   

Estamos convencidos de que para conseguir otro mundo es necesario que los futuros adultos sean personas responsables, críticas, sanas, con una fuerte autoestima y comprometidas con su entorno, pero para ello tenemos que creérnoslo desde ya y tratar a esos futuros adultos con respeto, para ello encontramos en la disciplina positiva un poderoso aliado y que es parte fundamental de nuestra metodología de trabajoOtro mundo es posible, estamos completamente convencidos, pero para ello tenemos que cambiar el modo en el que nos relacionamos con los jóvenes en casa, pero también en la escuela.