El cerebro del niño en la palma de la mano
Un “problema” habitual en las relaciones entre padres e hijos suele derivar de la creencia de que los niños son “adultos en pequeño” y que su cerebro funciona de manera similar al nuestro. Esto puede suponer una dificultad en las relaciones. Podemos encontrar mucha literatura y en algunos casos muy didáctica, sobre el funcionamiento del cerebro de un niño. Os dejamos un enlace de una conferencia de Álvaro Bilbao en el que trata este tema de manera muy didáctica.
En Disciplina Positiva se habla de “el cerebro del niño en la palma de la mano” y es lo que queremos explicar hoy. Se trata de una simbología que utiliza el psiquiatra Daniel Stiegel para explicar de manera gráfica como funciona el cerebro humano.
Entender cómo funciona el cerebro nos ayuda a entender cómo respondemos los adultos a ciertos estímulos y cómo responden los niños antes esos mismos estímulos. Vamos a hablar del llamado CEREBRO TRIUNO (Paul Mc Lean). Según este concepto, el cerebro se divide en:
- Cerebro instintivo o reptiliano (5%). Es la primera parte que se formó y regula las funciones básicas de supervivencia, como la respiración y el latido del corazón, así como de las respuestas automáticas más instintivas (ante una situación de peligro escapar, luchar o quedarse paralizado). Genera comportamiento reactivo: hacery actuar, (escapar, luchar o quedarse congelado).
- Cerebro emocional o mamífero (15%). Es la segunda capa y está formado por el sistema límbico. Regula los sentimientosy emociones básicas. Genera el comportamiento emotivo: sentir y desear.
- Cerebro cognitivo o racional (80%). Es la tercera capa y está formada por la corteza cerebral y los hemisferios izquierdo y derecho. Gestiona los procesos intelectuales y genera el comportamiento racional: razonary hablar.
Si bien los dos primeros ocupan menos espacios, son los primeros en reaccionar ante un estímulo, es decir, nuestra parte racional, aunque sea la mayor, no es la primera en actuar, necesitamos años de entrenamiento para que sea la que domine nuestras reacciones.
Daniel Siegel ideó un modelo muy visual para explicar el funcionamiento de nuestro cerebro y comprender por qué algunas veces actuamos de un modo muy diferente a como pensamos, ya que cada capa de nuestro cerebro regula determinadas funciones y la integración de todo el conjunto es realmente importante para “estar en paz” con nosotros mismos.
Si colocamos la mano abierta, la zona inferior sería el tallo cerebral, nuestro cerebro primitivo y se encarga de las funciones más básicas como la respiración, el sueño y los mecanismos que necesitamos para sobrevivir y que parece que realizamos de manera inconsciente. Si colocamos el pulgar sobre la palma, estamos en la zona límbica, donde está la amígdala y responsable de las emociones, que las recibe directamente, sin ningún tipo de filtro Si cerramos la mano, significa que nuestra parte “racional” controla nuestras partes más “animales” o irracionales. Sin embargo, ante algunas situaciones el cerebro inferior puede dispararse o destaparse, de ahí la expresión que se utiliza en Disciplina Positiva (“estar destapado”). ¿Qué ocurre cuando estamos destapados? Que nuestro cerebro racional deja de ejercer su regulación y control y nuestras emociones se disparan. ¿Qué ocurre entonces? nos dejamos llevar por nuestra ira y comenzamos a actuar de una forma poco coherente a lo que de verdad pensamos, llega la rabia, los gritos y en definitiva la pérdida de control y además entran en acción nuestras neuronas espejo y hacen que esta situación sea “contagiosa”, por eso nos cuesta mantener la calma en las rabietas y momentos de descontrol de los niños, porque nos “contagiamos”. Es importante que en estos momentos utilicemos nuestro cerebro racional y no nos dejemos llevar, que no nos olvidemos que ellos son niños y su cerebro racional no funciona como el nuestro, nosotros somos los adultos y los responsables de mantener la calma y contenerlos, no se trata de una lucha de poderes ni nos están retando, se trata simplemente de su cerebro emocional funcionando de manera descontrolada (detrás no hay ningún plan maléfico por querer demostrar que nos “manejan”, a pesar de que es una creencia muy extendida). Si “caemos en la trampa” y nuestro cerebro “se destapa”, nos va a ayudar saber qué es lo que está pasando para que podamos actuar en consecuencia. Por ejemplo, parando la situación, dejándonos a nosotros o a nuestros hijos un tiempo para calmarnos y recuperar el control y retomar la conversación en otro momento, para estos casos nos puede ayudar el rincón de la calma o un “tiempo fuera positivo”.
Por otro lado, tenemos que tener en cuenta que los estímulos van directos a nuestros centros emocionales y de ahí la respuesta que demos. Si pensamos que a nuestro hijo le encanta discutir y que siempre busca oportunidades para hacerlo, estaremos creando situaciones en bucle de las que no vamos a salir y que van a crear una convivencia muy complicada. Sin embargo, si somos conscientes de que nuestro pequeño entra en luchas de poder porque necesita tomar decisiones para sentirse importante y así saber que pertenece a su familia, podremos ofrecer otra respuesta que nos dirija a una convivencia más pacífica, por ejemplo dándole otras vías de pertenencia: “en esta casa no nos gustan los gritos, preferimos hablar en voz baja”, ya que lo que busca es pertenecer, así va a encontrar otra vía de sentirse un miembro de la familia. ¿Esto es inmediato? No lo es y también es importante saberlo, para que no nos lleva a frustraciones, se trata de un camino a medio plazo y de una semilla que vamos a ir sembrando, a medida que vayamos repitiendo este tipo de mensajes irán calando.
Es importante entender que, para tener el modelo de cerebro de puño cerrado, es decir, la capacidad de que nuestro cerebro racional “cubra” a los otros, tenemos que haber llegado a los 25 años. Los niños pequeños tienen un cerebro en el que reciben la realidad sin ningún tipo de filtro, es decir, con la mano totalmente destapada y sin empatía, ¿qué significa esto? Pues que ante una situación de estrés van a reaccionar desde las emociones más básicas y sin control (ira, enfado…), y no podemos exigirles aquello para lo que aún no están preparados. ¿Cómo podemos ayudar a nuestros niños? En primer lugar, entendiendo cómo funciona su cerebro y no creando unas expectativas que no se van a cumplir, pero también podemos ayudarles a “conocer” las emociones, nombrándolas y enseñando a reconocerlas y validándolas. ¿Qué queremos decir con “validarlas”? Pues que no es ni malo ni bueno, pero que están ahí. Seguro que estamos acostumbrados a oír este tipo de mensajes a los niños: no pasa nada, no llores, no te preocupes. Seguro que son expresiones que vienen desde el cariño, pero no ayudan a su desarrollo emocional. Imaginemos una situación: a un niño de cuatro años se le ha roto un juguete y viene a nosotros llorando. En nuestra memoria tenemos lo que hemos vivido, nos han dicho “no pasa nada”, “no te preocupes” y expresiones de este tipo. Pero sí que pasa, resulta que estamos perdiendo una maravillosa oportunidad para enseñarles a gestionar las emociones. Si cambiamos el mensaje y ante una situación de este tipo, decimos: “¿qué ha pasado? ¿cómo se ha roto? ¿cómo te sientes? ¿quieres llorar? ¿quieres gritar?; estás así porque estás triste, es como nos sentimos cuando perdemos o se estropea algo que nos gusta o que queremos; lo que podemos hacer es intentar arreglarlo, buscar otro juguete…” De esta manera, estamos ofreciendo otro enfoque.
Saber cómo funciona nuestro cerebro nos proporciona seguridad y es una potente herramienta para mantener la calma y la serenidad en los momentos difíciles, si entendemos “cómo funciona” el cerebro de nuestro hijo podremos ofrecer conductas emocionalmente inteligentes y un ejemplo para ellos.