Para la mayoría de las familias el castigo es la herramienta educativa estrella. Entre otras cosas, porque es la única que conocen. Porque es la que han usado con ellos. Porque es la que usa todo el mundo. El paradigma educativo más común se basa en la educación punitiva, es decir, la que utiliza castigos, amenazas, reproches, humillaciones… Muchos padres no se han parado a pensar lo que supone, simplemente es lo que saben hacer. Imaginemos una situación: mi hijo ha hecho algo «que no está bien» (por ejemplo ha dicho una palabra mal sonante) y hay mucha gente delante, estamos quizás en una reunión de amigos. Tengo que aparentar que tengo la situación controlada, mis amigos no pueden pensar que no sé educar a mis hijos, y de repente estoy gritando, amenazando con castigos eternos… todos podemos imaginar alguna situación de este tipo.

Pero, ¿cómo castigamos realmente? Nadie nos dio un manual al nacer los niños sobre cómo hacerlo, ¿qué corresponde a qué acción? Si le pega a su hermano, ¿qué castigo tengo que poner? ¿Si no obedece? ¿Cómo se aplica la proporcionalidad? ¿Qué hago cuando no cumple el castigo? Que, por otro lado, es lo habitual. ¿Lo vuelvo a castigar? ¿Se trata de fastidiarle o de enseñarle? ¿Tengo que demostrar que yo tengo el poder y el control?

Vayamos por partes, ¿qué es un castigo? El castigo es una herramienta conductista, es decir, se utiliza con el objetivo de modificar una conducta, y se basa en asociar un estímulo a una respuesta. Lo que hace el conductismo es utilizar refuerzos positivos (premios) para fomentar algunas conductas; y refuerzos negativos (castigos) para tratar de erradicar otras conductas.

Si vamos a usar castigos, sean positivos o negativos, deberíamos tener en cuenta algunos aspectos:

1. Si son efectivos, que no siempre lo son, lo es únicamente a corto plazo. En un ejemplo, estamos en la playa y nuestro hijo está tirando arena y nos molesta. Lo puedo castigar sentado sin bañarse y sin hacer nada. ¿Ha parado la conducta? Sí, evidentemente. Podríamos pensar que el castigo ha funcionado. Pero, ¿hemos enseñado a nuestro hijo a que hay que convivir y evitar molestar innecesariamente? Pues no. ¿Estamos seguro de que mañana este caso no se repetirá? Pues muy probablemente se repetirá y tendremos que volver a castigar, porque como hemos dicho los castigos pueden ser efectivos a corto plazo.

2. Los castigos tienen muchos efectos secundarios, que alguien debería explicarnos antes de que empezáramos a utilizarlos, en ese manual de educador que los niños no traen. Si leemos los efectos secundarios de los medicamentos, debemos leer los de los castigos. Veamos algunos:

– No funcionan a largo plazo. Todos hemos escuchado a madres y padres desesperados exclamar aquello de «ya no sé con qué castigarlo, le he quitado la Play, la tele, el fútbol… y sigue sin estudiar / recoger la mesa / ordenar su habitación» u otras frases similares.

– Los castigos no están relacionados con la conducta. Es decir, solemos mezclar churras con merinas. El niño ha dicho una palabrota… y lo castigo sin tele. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? No hay relación.

– No hay aprendizaje. Como ya hemos dicho antes, no hay aprendizaje en el castigo. Los niños no aprenden, se limitan a cumplir órdenes.

– Se vuelven en nuestra contra, los niños desarrollan estrategias: potencian las mentiras para que no los «pillen», es decir, buscan el modo de evitar el castigo pero no aplican el aprendizaje que los padres buscan. Algunos sienten resentimiento y esperan el día en que puedan «vengarse» y, en otros casos, los niños desarrollan una baja autoestima.

Todo esto ocurre porque los castigos se centran en las actuaciones pero no tienen en cuenta las emociones. Las emociones previas son imprescindibles para comprender el comportamiento del niño. Son la raíz del comportamiento, o del «problema». Si no las identificamos y las trabajamos, no estaremos arreglando nada. Nos estaremos quedando en la superficie, que es la conducta inadecuada. Por lo que, aunque al principio parezca mejorar, la situación (u otras situaciones) se repetirá una y otra vez, al cabo de un tiempo.

Entonces, ¿qué podemos hacer? La disciplina positiva nos ofrece cantidad de herramientas respetuosas y eficaces a medio y largo plazo. ¿Y qué pasa con el corto? Educar es una tarea que requiere de paciencia, coherencia y constancia. Se trata de cambiar el paradigma al que estamos acostumbrados, modificar el planteamiento desde su base y que cada familia decida el modelo que quiere seguir y que le sea más útil, pero desde el conocimiento sobre lo que se está haciendo.

Para finalizar, os dejamos una cita de la psicóloga y especialista en disciplina positiva Jane Nelsen para animaros a la reflexión: «¿De dónde sacamos la absurda idea de que para que los niños se porten bien, primero hay que hacerlos sentir mal?»