Adultocentrismo
Os proponemos un reto. Paraos a pensar en un momento en cómo os relacionáis con otros adultos de vuestro entorno. Por ejemplo, un jefe o un compañero de trabajo.
Vamos a imaginar varias situaciones:
Imagina que has metido la pata en el trabajo. Tenías que haber realizado un informe, pero con la sobrecarga de trabajo se te ha pasado. Tu jefe te lo reclama y resulta que no lo tienes. Como consecuencia, te vas a tener que quedar hasta más tarde en el trabajo para acabarlo, justo hoy que tenías pensado ir a visitar a unos amigos. Pero claro… es que se te ha olvidado. Asumes la consecuencia y te quedas. Lo que ocurre es que a tu jefe no le sirve solo eso, es decir, no le vale solo que te quedes un rato más (que debería ser suficiente puesto que el objetivo es tener el informe y lo va a tener) y entonces te pide tu teléfono móvil y te dice que se lo va a quedar hasta la semana que viene. No vas a poder usar tu teléfono hasta que te lo devuelva.
Pensemos que te acabas de comprar un coche nuevo y que estás muy contento con tu nueva adquisición. Estás con un grupo de amigos y les muestras tu coche nuevo. En esta reunión de amigos y hay algunos amigos de amigos, podríamos denominarlo un conocido. Y uno de ellos te pide tu coche para ir a dar una vuelta. Te ha pedido tu coche nuevo. Un conocido. La mayoría seguro que coincidís en que no lo prestaríais. No se trata de un amigo que necesita un favor, sino un conocido que quiere “jugar” con tu coche nuevo, porque es muy chulo. Por lo general te consideras una persona muy generosa y estás dispuesto a ayudar a tus amigos. Pero esto… esto es otra cosa. Se trata de tu nueva adquisición y que tiene mucho valor para ti.
Son solo dos ejemplos, pero está claro que los afrontamos de una manera diferente cuando se trata de adultos que cuando se trata de niños. En el primer caso, nos parece normal castigar a los niños con opciones de este tipo, retirarles objetos personales o prohibirles salir o hacer determinadas cosas. En el segundo ejemplo, insistimos en que los niños compartan sus juguetes (para ellos pueden tratarse de sus posesiones más valiosas e importantes) y les insistimos en que sean generosos. La generosidad es un acto personal, si es impuesto ya es otra cosa.
Ahora vamos a pensar en qué adultos queremos que nuestros hijos o nuestros alumnos sean en el futuro. Seguramente muchos coincidamos en que imaginamos a personas autosuficientes, empáticas, generosas, respetuosas con los demás, educadas, simpáticas… podemos decir, en líneas generales, que podemos proyectar a este adulto idílico. Entonces, ¿por qué los criamos y los educamos justo al contrario? ¿por qué los amenazamos?, ¿por qué no sabemos ponernos en su lugar? ¿por qué los castigamos cuando queremos enseñar?
Porque vemos el mundo desde la perspectiva de los adultos…
Porque no somos coherentes…
Porque aplicamos lo que sabemos, lo que hemos visto siempre…
Porque vivimos en un entorno en el que los niños “no existen”
Podríamos definir el adultocentrismo como un modo de comportamiento y de pensamiento de algunos adultos que se creen superiores a los niños y que incluso creen que tienen más derechos. Está detrás de un modelo educativo basado en la obediencia y que aplica recursos y estrategias heredadas, en un modelo en el que las normas se imponen de arriba abajo, un modelo que considera que los padres y educadores nunca se equivocan y nunca deben pedir disculpas.
¿Recordáis las situaciones imaginarias del inicio de este post? Seguro que nos parecen ridículas si las pensamos desde el punto de vista de los adultos, pero mucha gente las aplica con los niños… porque miramos desde la mirada del adulto y no de los niños. Os invitamos a cambiarse las gafas y mirar desde otra perspectiva y abandonar el adultocentrismo.